CRÓNICAS DEL "NEGRO" SUÁREZ: EL MELLIZO

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El Negro Macana es un tipo alto, delgado, silencioso. El apodo le viene de la infancia cuando según dicen, siempre se mandaba algún moco. Largó la escuela en sexto grado, para laburar en una panadería, donde además de la quincena rescataba el pan para toda la familia y, una vez a la semana, las facturas que sobraban. A los quince su juntó con una piba del barrio que había embarazado, al tiempo ya se habían separado.

No había cumplido dieciocho cuando lo reclutó la banda del Gordo Valor, primero hizo tareas de campana en la ruta con un woki toki, pero esa mirada fría y la templanza frente al peligro le valieron el ascenso a fierrero, primero con un 32 corto, luego una 9 mm., y así hasta llegar a la preciada Itaca. Por esos tiempos conoció a La Guada, una mujer un poco mayor que él, que lo volvió loco con sus polleras y pantalones ajustados y una mirada desafiante y sensual. Se juntaron, pero ella no quería tener hijos, “no por ahora” le decía. Con la piratería del asfalto la plata venía dulce y la pasaban bien. Hasta una cuatro por cuatro se compró el Negro.

Una madrugada sobre la Ruta 8 un trabajo salió mal, la custodia del objetivo estaba alertada, tal vez por un buchón, y reaccionó con fuego duro y parejo. El robo se frustró, los jefes pudieron fugarse pero Macana con otros dos soldados, quedaron atrapados entre los custodios y los patrulleros que les cortaron la retirada. Como nunca había caído, podría haber zafado con unos tres años y medio de prisión efectiva, ya que la carátula fue “Robo agravado por el uso de armas de guerra en grado de tentativa”. Pero la ferocidad con que resistió el arresto, antes de recibir un balazo en la pierna derecha, le valió en la consideración del tribunal, ocho años a la sombra.

Quedó rengo, pero en el penal lo respetan porque se la bancó y no entregó a nadie durante el juicio. La Guada lo visitaba con frecuencia porque lo alojaron en la Unidad 48, al costado del Camino del Buen Ayre. La casa que compraron queda cerca, sólo tenía que cruzar la ruta los días de visita. Todo bien hasta que empezaron a circular los rumores, La Guada al parecer estaba ejerciendo la prostitución en la casa. Un interno nuevo aseguraba que sólo le cobró cincuenta pesos, lo que generó una pelea que terminó con Macana y el nuevo en el buzón, como le llaman a la celda de castigo.

Ella se enteró y decidió no volver al penal ¿para qué? Puro gasto y el tipo no entiende que con él guardado de algo hay que vivir. Que lo ayude la madre que lo parió. Y no fue más. Así fue que el Negro comenzó a rumiar la venganza. Decidió escribir a su hermano Mario, al que de bebé lo llevó una tía al Gran Rosario, donde se las rebusca con su taller mecánico. Mario y Macana son mellizos, casi gemelos por el parecido. Nadie conoce a este hermano, que nunca vino por el barrio, además El Negro jamás habla de su familia. Consiguió que el mellizo lo visite y lo convenció del plan: en la siguiente visita estarían vestidos iguales, zapatillas blancas, pantalón azul y la camiseta de Boca, sólo que el mellizo vendría con campera y se afeitaría la barba.

Nunca supe si Mario aceptó por afecto a un hermano que no conocía, por solidaridad machista o por la promesa de algún dinero, lo cierto es que cuando terminó el horario de visita intercambiaron campera y roles, el mellizo se quedó en el penal y, una vez que la guardia comprobó que todos los internos volvieron a sus celdas, abrieron las puertas de rejas y Macana salió sin problemas, como uno más entre las visitas.

Caía la tarde cuando cruzó el Camino del Buen Ayre, atravesó el descampado y pasó el zanjón ya entre sombras. No tardó en llegar a la casa, La Guada mateaba frente al televisor, no lo escuchó entrar por la ventana, pero sintió sus manos oprimiendo su cuello desde atrás con fuerza brutal, en silencio, la mirada fría, sin aflojar hasta que ella dejó de respirar. La dejó tirada en el suelo, cerró la ventana y siguió con el mate todavía caliente, como el cuerpo de La Guada, frente al televisor. Luego se acostó en la cama que antes compartían y esperó el día. Por la mañana, en el horario de visita, ingresó al penal, Mario lo esperaba para el cambio.

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