EL PLACARD DEL HOTEL DE BEIRUT

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Colaboración literaria de Emiliano Vallejos

Los altos mandos de las fuerzas de paz de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), recomendaron a la población mantener las luces apagadas durante la noche, por temor a los bombardeos y al fuego de artillería de los rebeldes. A pesar de eso, y de una ciudad entre ruinas y penumbras, las luces del “Hotel Beirut” se encontraban encendidas, y con su capacidad de hospedaje colmada de reporteros internacionales. Un golpeteo de máquinas de escribir se escuchaba día y noche. Hombres y mujeres de todo el mundo contaban los violentos sucesos de la guerra, una más, de todas las que el hombre ha librado en su corta historia en la tierra.

John Callaghan, escribía con la pericia de un gran pianista, en su máquina de escribir. Reportero estrella de un prestigioso diario británico, se hospedaba en la habitación de enfrente a su archienemigo francés, el Periodista del Observador de París, Renee Moraine. Se odiaban. Todo comenzó cuando cubrían la retirada de los franceses de Indochina años atrás, y para ganar una primicia, Mr. Callaghan encerró a Moraine en un ropero, donde lamentablemente, moraban cientos de cucarachas. Renee tenía claustrofobia, y un terror incontrolable a dichos insectos.

El reportero galo no se quedaba atrás con su incesante tipeo. Fumaba un habano mientras relataba:

Ad Rashaddah, la antigua joya del oriente, una pujante metrópolis que supo reunir tesoros arquitectónicos del mundo árabe, y las comodidades de cualquier capital europea, hoy se encuentra en ruinas, y sitiada por los rebeldes del Sultán Abdul Khazem. El fuego de artillería, se escucha en los barrios periféricos de la ciudad, y según altos mandos del cuerpo de paz de las Naciones Unidas, es cuestión de horas para que el gobierno central, de por perdido el enclave. Por la mañana, una multitud de mujeres, niños y ancianos se congregaban en una fila humana interminable, entre los vehiculos armados de la ONU, que garantizaron el corredor humanitario ante el breve alto el fuego pactado entre las fuerzas beligerantes. El panorama es apocalíptico, y el terror a que los rebeldes finalmente se hagan con el control abre el interrogante de cuánto vale la vida humana, y el derecho internacional, en un contexto de violencia irracional y venganza que desangra esta parte del mundo”. Una repentina explosión interrumpió el relato. Karim, un joven empleado del hotel, abrió la puerta de su habitación sin siquiera golpear, y le dijo en un tosco idioma francés: “hay que bajar al sótano, están bombardeando cada vez más cerca, eso dicen los soldados”. Moraine no iba a meterse en ese oscuro lugar. Y menos con reporteros de la competencia. “Aquí me quedaré”, dijo con toda calma, para luego retomar su habano, y la escritura. Las máquinas de escribir cesaron el ruido, todos los periodistas habían ido a ponerse a resguardo en el sótano. Renee, sonrió de placer, como ese jugador que tiene las cartas de la victoria. Solo él, estaba trabajando. Otra bomba cercana hizo temblar todo a su alrededor. “Necesito terminar mi reporte”, pensó, ya considerando un poco más el peligro. Una nueva explosión destruyó los vidrios de su ventanal, y las esquirlas de vidrio y concreto, lastimaron su cuerpo, aterrado, Moraine observó en su habilitación un placard de puertas verdes, con un antiguo póster, donde un camello guiñaba su ojo izquierdo, con una inscripción que decía “La magia comienza aqui”, “Maldición.... otro ropero lleno de bichos”, pensó, y juntando todo el coraje que pudo, corrió a resguardarse en su interior.

Lo que encontró allí dentro distaba mucho de aquel ropero indochino. No entendía por qué ante él había, un oasis en pleno desierto, con un lago paradisiaco, frondosa vegetación, y sonrientes lugareños que lo invitaban, en un idioma que nunca había escuchado, pero que entendía perfectamente, a sentarse y degustar sabrosos manjares en una larga mesa, y en la cabecera de la misma, en forma inexplicable, sentado como un patriarca, un camello, como el del póster, que le guiñaba su ojo izquierdo. “Debo estar soñando”, pensó, aunque invadido de una extraña felicidad.

Mr. Callaghan tampoco la pasó bien en el sótano del Hotel. Tras su labor como reportero en la zona de conflicto en “la caída de la ciudad de Ad Rasshaddah”, recibió un premio “Pulitzer” el cual en un sentido discurso, dedicó a quien decía admirar profundamente, Renee Moraine, a quien los rescatistas de la Cruz Roja dieron por perdido en los escombros del Hotel Beirut.