NABUCCO, UN REY QUE SE CREYÓ DIOS

Imprimir

Ratio: 5 / 5

Inicio activadoInicio activadoInicio activadoInicio activadoInicio activado
 

Javier Milei y el arte como herramienta de análisis político

Por Tessi Bermúdez (*)

Nicolás Mujico (**), en una publicación reciente, se propone metaforizar al presidente Milei con el protagonista de la ópera de Verdi “Nabucco”, personaje inspirado en el emperador Nabucodonosor II de Babilonia. El artículo combina el análisis político de la gestión presidencial, con la narración literaria, la reflexión filosófica, la mitología, el arte, la historia, la teología y el lenguaje poético, por los que transita con la mayor fluidez, evidenciando que es hábil navegante en todas esas aguas.

Su trabajo muestra cómo aún en medio de la desolación, de la absoluta desgracia y “bajo el peor fango”, puede emerger el arte desde el corazón del artista para cobijarnos, iluminarnos y hasta redimirnos. Acompañamos su recorrido por ideas, historias e imágenes que se van sucediendo como a través de la ventanilla de un tren en marcha. Pero a poco de andar, una y otra vez, una fuerza imperiosa nos detiene ante la necesidad de pensar. El relato cala en lo profundo.

Tras puntualizar sobre algunos aspectos de la personalidad delirante del presidente, invoca sentencias estremecedoras recurriendo a expresiones populares cargadas de filosofía que nos afligen: “Dios ciega a quien quiere perder”, y continúa “y sólo Él sabe cómo el presidente transformó un desierto en un laberinto. Sin embargo, aquí estamos, perdidos, tratando de cruzarlo”. La zozobra nos invade.

Comienza entonces a desplegar su alegoría entre la figura de Milei y el protagonista de la ópera de Giuseppe Verdi -que personifica al emperador de Babilonia- quien en su locura y creyéndose la Suprema Divinidad, destruye el Templo de Jerusalén -la estructura real y simbólica más importante del pueblo judío-, con el Arca de la Alianza y las tablas allí custodiadas, que contenían el “contrato social” entre el Dios de Israel y su pueblo, por medio de las leyes entregadas a Moisés. Locura y destrucción.

Para reafirmar la manifiesta personalidad iracunda del presidente argentino y su inocultable actitud despiadada, Mujico echa mano del cine a través de un film emblemático de Werner Herzog “Aguirre, la ira de Dios”, parangonando que, en nuestro caso, “como un moderno Aguirre, nos lleva a todos bajo un proyecto descabellado”.

Recordemos que, en la película, Aguirre es un lugarteniente de Gonzalo Pizarro, hermano menor de Francisco, el conquistador del Perú, que se rebela con un grupo, internándose en el Amazonas para ir en busca de las riquezas de El Dorado. Megalómano, quien pretendiendo ser Dios empeña la mayor crueldad para alcanzar su objetivo, cegado por la ambición más extrema de poder, gloria y riqueza, queda atrapado por su propia locura, culminando su proyecto en el exterminio total de cuanto lo rodea. Locura y destrucción.

Suficientemente caracterizado el personaje central de la nota, y como para alivianar la tensión, Mujico “vira el timón” en otra dirección, orientando la narrativa hacia las vicisitudes de la vida de Verdi, y de Temístocle Solera autor de la letra de Nabucco. Dice de este último que ha sido rebelde, hijo de rebeldes independentistas en lucha contra la dominación austríaca.

Un personaje novelesco, que además de letrista de las óperas más famosas de su tiempo, se desempeñó como tenor, director de orquesta, fue amante de la Reina Isabel de España, jefe de policía en El Cairo, diplomático y espía, pero que -contrariamente a Verdi- murió olvidado y en la pobreza más absoluta. Y no exagera, pues la historia registra que, en una de sus mudanzas de un país a otro, el barco en que viajaba Solera naufragó y -aunque pudo salvar su vida- lo perdió todo.

Respecto de Verdi, cuenta cómo asolado por la pobreza había decidido no volver a componer jamás, y cuando llegó a sus manos la letra de Solera, al intentar destruirla se abrió en la página de “Va pensiero, sull´ali dorate(Ve pensamiento, en alas doradas), lo que lo hizo cambiar de idea, compuso “Nabucco” y a partir de allí comenzó su fama que nunca se detuvo.

Mujico nos induce a pensar cómo cuando todo parece perdido, la fuerza de un poema, de una canción, de algo que tenga la potestad de conmovernos con suficiente profundidad, puede producir el milagro. Va comentando también cómo la obra instaló un paralelismo con el sometimiento del pueblo italiano al poder de Austria y otras consideraciones, cuando de pronto -sorpresivamente y como a modo de advertencia- declara: “la metáfora siempre le habla a cualquier pueblo sojuzgado”. Queda claro que nos alude.

Entre tantos momentos de tribulación, nuevamente decide redireccionar la emoción del lector abordándolo desde el lenguaje poético, para lo cual convoca al “Va Pensiero…”, la canción que en “Nabucco” transmite la añoranza por la Patria perdida. Ante las palabras del “poeta aventurero”, la respiración del lector cambia su ritmo, se torna más profunda, y el poema -como un perfume- nos impregna de ese anhelo por recuperar lo perdido, que va penetrando también como bandera y destino nuestro.

Y se refiere a un apellido: VERDI, la sigla de Viva El Rey De Italia, que era también una consigna política a favor de la Italia Unida. Mujico habla de una canción y un apellido. Nos quedamos pensando en nosotros –que de eso se trata- y en el apellido hecho consigna. El pueblo oprimido lo conoce, lo identifica, pero en ciertos momentos guarda celosamente sus símbolos y mantiene en secreto lo que añora. Nada está perdido. Nos dice: “la canción sigue siendo la misma”. Creemos que el mensaje está claro, que se refiere a aquella que en cada pueblo inspira y acompaña la recuperación de la Patria perdida, la que se corea en la lucha, en el triunfo y aún en momentos de derrota.

Releemos: “La canción sigue siendo la misma”, y nos quedamos pensando en nuestra canción: ¿Será la que tarareamos, silvamos y cantamos en las luces y en las sombras? ¿La que -al igual que reza el Va Pensiero- “reviviendo en nuestros pechos, nos habla del tiempo que pasó” y debe volver?

En nuestro país, desde hace tiempo hay una canción y un pueblo cuyas mayorías nunca dejaron de cantarla con las gargantas a pleno -o en el interior de sus pechos, según las épocas- porque es un símbolo inequívoco, una bandera. Desde lo profundo de nuestra historia continúa resonando “la canción”. Quien quiera oír, que oiga.

Vuelve a la figura del presidente, de quien al comienzo ha dicho que “se sentó en el sillón de Rivadavia un loco impío con un enorme desprecio por los hijos de la Patria, con su falange conocida como “las Fuerzas del Cielo”, indicando de este modo, que se propone utilizar como eje de análisis algo previo a toda reflexión, como es la evidencia de que las acciones del presidente parten de su locura. Es decir, debemos señalarlas, pero carece de sentido analizarlas técnicamente.

Desde ese marco recuerda la conversión de Milei al judaísmo, en paralelo a muchas de sus manifestaciones, propias de un claro fundamentalismo mesiánico “bastante frecuente en los conversos”. Señala también la monumental falta de criterio desde la que pretende ignorar el lugar que ocupa el Papado a nivel global, así como la fuerte tradición católica en nuestro pueblo y en toda América Latina.

Enfatiza que ante la magnitud del Milagro Histórico del Papa Argentino “con la Iglesia mudando su corazón y su espíritu a nuestro continente, el actual presidente le dio la espalda”. Una indicación que ratifica el alto grado de locura de nuestro mandatario, pues más allá de cualquier diferencia, no logra colocarse a la altura de los tiempos históricos ni políticos en ninguno de sus niveles.

Mujico, calificando como una de las grandes verdades de la política algo que Jesús de Nazaret enseñó en la última cena, no duda en recordarle al presidente aquella dura profecía: “siempre te traiciona el que come de tu plato”. Tras aquella imagen, enumera los padecimientos que, tras haber sido traicionado y como en un “vía crucis”, actualmente atraviesa nuestro pueblo.

Ese duro transitar que se ha convertido en el calvario de muchos que han perdido su vida por causa de la eliminación de políticas públicas de protección de la salud. Aunque todavía de modo incipiente, los datos indican que la población ya ha comenzado a morir por falta de atención, por el frío y la desnutrición, y como señala el artículo, el presidente no desea practicar ninguna de las bienaventuranzas para evitarlo.

Creímos en la promesa de una Patria mejor, de una vida más plena, pero está claro que avanza el proceso contrario y no avizoramos que haya intención de revertirlo. Entonces manifiesta: “Cuando la gente deja de creer, todo se desmorona porque la fe sin obra no es nada”. (…) “La miseria se extiende. La misericordia no existe”.

Luego, continuando con el recurso metafórico para hablar de lo que se aparta de la cordura, describe el sendero errático por donde -como jugando al gallo ciego- nos conduce el presidente: “construye sobre la arena, ara en el viento, cosecha en el mar, adora a dioses falsos, camina con pies de barro y tropieza con todo torpemente”.

Comenzamos a imaginar un personaje de sátira medievalesca cuando agrega: “Llora conmovido frente al muro donde todos lo ven, y se encierra tras los muros para no ver la necesidad y la pobreza”. Sin duda un ser despreciable, desorbitado y poderoso -que al estilo de aquellos ogros mitológicos comeniños- domina su comarca exhibiendo iracundia, crueldad, paranoia, impotencia, temeridad, recelo, sadismo.

Entonces Mujico -para rescatarnos de tanta desazón- con la seguridad de un jugador avieso cuando se acomoda y ejecuta el tiro certero sobre la mesa de billar, dispara: “La conciencia popular es siempre una conciencia poética”. Nos detenemos. ¿Qué dice? “La conciencia popular es siempre una conciencia poética”. La angustia comienza a aflojarse y la respiración se acomoda, se vuelve más profunda, los pulmones necesitan más aire para oxigenar el cerebro y pensar, porque nos dice que retornarán los símbolos del pasado, y que “la mitología se descubre, no se inventa ni se logra por medio de un algoritmo”. Insinúa que los símbolos, además de ser descubiertos, pueden ser transformados y reconstruidos, pero esa es tarea del pueblo, no del algoritmo.

Le habla entonces a los que trabajan y están cansados, a los que otra vez se encuentran sin trabajo o con miedo a perderlo, asegurando que existe la posibilidad de trazar un nuevo rumbo, si dejamos de creer “en el anatema presidencial al que hemos encomendado nuestra Patria”, para agregar las palabras salvíficas, el Primer Mandamiento de cualquier democracia en peligro: “A través del voto se puede revertir la maldición”.

Y llegamos al cierre, donde el lenguaje poético adquiere tal magnitud, que no podemos menos que ir transcribiéndolo en su genuina literalidad: “Los cambios de guardia son siempre horas peligrosas. La madrugada y el atardecer, esas horas donde ni el día ni la noche se hacen cargo de lo que sucede. Estamos en esos tiempos. La frase nos conmueve y en su infinita y profunda belleza nos obliga a releerla.

Nos dice que estamos en tiempos de desamparo y de confusión. El relato nos envuelve en imágenes penumbrosas que nos ayudan a evocar que los tiempos no son nuevos, que hemos atravesado la situación otras veces … Por eso nos recuerda que “No debe tentarnos la violencia ni debemos olvidar las enseñanzas”.

Nos habla de no repetir viejos errores, de recuperar la doctrina. Alerta que “En nuestro país, se debe dejar de lado la crueldad y volver a abrazar la misericordia”, y rubrica con una profecía alentadora: “Estamos en las vísperas de algo verdaderamente nuevo porque ´el vino nuevo debe servirse en odres nuevos´. Nuestro país y nuestro continente de paz, humanismo y amor, serán siempre la esperanza”. Ya todo ha sido dicho.

Para concluir: frente a la propuesta de Mujico, decidimos acoplarnos a su estilo, intentando ofrecer al lector un recorrido en sintonía con su lenguaje. No fue la idea pensar lo que quiso “decir”, sino lo que quiso “hacer”. Su capacidad para la creación y el manejo de distintos climas, y el pasaje de uno a otro con la destreza de un compositor musical, nos persuadió de no oponer resistencia a los vaivenes de las emociones que nos iba generando la lectura, clara instigación a una toma de posición ética y política sin retaceos, a partir de hacer lo propio.

No pasamos por alto, que el autor hace un llamado de conciencia respecto de la gravísima situación que atraviesa la Patria, aseverando que no hay chance de “darle más tiempo” al gobierno –como algunos pretenden plantear- para que continúe destruyendo todo, porque eso es lo que hará. Apunta -fundamentalmente- a generar una mística popular para recuperar y fortalecer los ideales, apoyada en la rememoración y recuperación de nuestros símbolos que -sin intentar repetir experiencias pasadas- motorice la convicción de que un cambio de rumbo es posible “por el voto y que está en nuestras manos. He ahí el mensaje.

Aquí –como en otros trabajos- Mujico vuelve a lucir sus condiciones de escritor, mostrando una versatilidad que lo coloca como intelectual, en un campo mucho más amplio que el de la Ciencia Política.

Nota de la Redacción: (*) Tessi Bermúdez. Licenciada en historia.

(**)Nabucco, un Rey que se creyó Dios: las reminiscencias de una historia que suenan en el presente”, por Nicolás Mujico, politólogo, escritor, columnista y docente universitario. Página digital “Política y Medios”, edición nro. 6.391, de 2025.