ARTE Y DEPORTE

EL LORO DEL "VASCO" GAMBOA

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Se insinuaba el otoño y llegó la inundación. El Reconquista recuperó su “lecho ancho”, como lo había hecho tantas veces, cuando las aguas del Río de la Plata retrocedían, sólo que entonces no lo habitaban decenas de miles de personas.

Durante la noche llovió más de 70 milímetros (son 70 litros por metro cuadrado, según el pluviómetro) y la “sudestada” levantaba desde el océano una muralla en la salida del Plata, desembocadura del Reconquista, a través del Luján.

Con el grupo juvenil del barrio, ayudamos a acarrear muebles por pasillos y calles, para ponerlos a resguardo de las aguas, en el primer piso del Centro Comunitario. Hubo que trabajar de prisa hasta el amanecer, bajo la lluvia, para ganarle al río, mientras algunos vecinos caminaban por las vías hasta el “quinto puente”, desde donde se puede observar la crecida y se hacía un corredor de chasquis (¿celulares? Ciencia ficción para los años 80 ´), que avisaban que esta vez el nivel subía demasiado rápido. Por entonces sonaba como un himno la voz de Teresa Parodi con su imperativo: “Apurate José, que ya está viniendo, la creciente otra vez y no se porqué, esta vuelta las aguas me dan más miedo…”

Nuestro elevado salón de usos múltiples quedó abarrotado de roperos, camas, heladeras, mesas de luz, televisores y todo aquello que las familias que viven en la “baja cota” pudieron salvar. Las aguas llegaron, en las zonas más bajas del barrio a casi dos metros de altura adentro de las casas y alrededor del Centro Comunitario “Nuestra Señora de Luján”, se transitaba en botes que conseguían los muchachos y las chicas de la brigada de Defensa Civil  “Eugenio Necochea”, mientras las mujeres con gurises y gurisas se instalaban como podían en los puntos de evacuación y los hombres se quedaban en los techos de las casas, para cuidarlas, con agua potable, frazadas, improvisados pilotos hechos con bolsas de consorcio, algo de comida.

En nuestro impensado depósito vecinal, quedó alojado un extraño huesped. Antes de que lo cerráramos porque ya había que entrar y salir con el agua por las rodillas, se acercó al “Vasco” Gamboa, un muchacho del barrio siempre dispuesto a dar una mano, y nos trajo una jaula de pie con un gran loro adentro. Nos dijo: “Me voy a la casa de unos parientes en Isidro Casanova, no puedo llevar a mi amigo, le puse comida y agua para varios días”. Lo ubicamos entre unos muebles y allí quedó solito y sin luz (que la empresa de distribución había cortado en toda la zona inundada porque el agua entraba por los “tomacorrientes”).

Cuando paró la lluvia y las aguas aflojaron ya ni nos acordábamos del loro. Entramos en el Centro Comunitario y prendimos varias “pastillas” de Gamexane para fumigar. Lo dejamos cerrado todo un fin de semana y el lunes volvimos para abrir puertas y ventanas, airear y ventilar, en pocos días vecinos y vecinas vendrían a retirar sus pertenencias, salvadas de la destrucción. De pronto un sonido nos dejó sin aliento, un graznido penetrante, casi un ruego, repetía (como loro obviamente) “Gamboa…hijo puta…Gamboa…hijo puta…”. El animalito había sobrevivido a la nube tóxica. Otra que Darwin y su teoría de las especies donde perduran quienes se adaptan y evolucionan.

Desde ese momento lo cuidamos con esmero, lo mudamos a la capilla, le compramos semillas de girasoles nuevas y tiramos las envenenadas, le cambiábamos el agua todos los días. En fin, paso a ser un huesped VIP, en mérito a su tenacidad ante la vida y la muerte.

Cuando “el Vasco” volvió al barrio y vino a retirarlo, no hicimos mención al incidente, en definitiva el pájaro parecía gozar de buena salud.

En la revista “Renaciendo”, que editábamos entonces, de manera tan artesanal y militante, no publicamos nada sobre el asunto, para no deschavarnos en nuestra indolencia, pero han pasado los años, y quiero homenajear al animal. No volví a ver a Gamboa, pero  estoy seguro… su loro VIVE.

 

Negro  Suárez

 

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